Se agradecen iniciativas como la que han puesto en marcha la zona oeste de Rumania y el este de Hungría, a las que ocasionalmente se une la región autónoma de Vojvodina en Serbia, que no se han
llevado muy bien precisamente a lo largo de la historia, pero que ahora están poniendo en marcha proyectos comunes, entre ellos la promoción turística de toda la región sin importar las fronteras. El
proyecto, que recibe el nombre de los cuatro ríos que atraviesan la región, Danube-Kris-Mure-Tisza, es tan bueno que cuenta con el patrocinio de la Unión Europea.
En realidad aunque la idea parece nueva, hay más de 75 eurorregiones similares, alguna desde 1972 y también alguna que afecta hasta a seis países. España participa con Francia en la llamada
Eurorregión Pirineos Mediterráneo desde 2004, en la Eurorregión Galicia Norte, entre Galicia y el norte de Portugal, creada en 2008 y en la Eurorregión Espacio Atlántico, junto con Francia, Reino
Unido, Irlanda y Portugal desde 1999.
El viaje por la zona sin fronteras entre Rumania y Hungría llevará a ciudades señoriales como Timisoara, Arad o Szeged, a pequeños y grandes monasterios ortodoxos, a recogidas bodegas que hacen
deliciosos vinos o a lugares que unen tradición, naturaleza, artesanía y deportes, como el espectacular Ópusztaszer National Heritage Park.
La 'Barcelona rumana'
Un buen lugar para comenzar el recorrido, sobre todo porque tiene aeropuerto internacional con vuelos directos desde España, es Timisoara, que algunos llaman la “Barcelona rumana” aunque poco de su
fisonomía recuerda a la Ciudad Condal. Se trata, más bien, de su vocación industriosa, de su permanente pugna con la capital Bucarest y también de ciertos lazos históricos con un grupo de catalanes
que se estableció aquí a comienzos del siglo XX dando un gran impulso a la ciudad.
Lo que sí tiene en común con Barcelona es su carácter cosmopolita. Su situación a pocos kilómetros de la frontera húngara y todavía más próxima de la vecina Serbia la han convertido en un hermoso
ejemplo de convivencia entre distintas poblaciones. En su grandiosa plaza de la Victoria, rodeada de grandes y monumentales edificios de estilo Secesión y con un amplio espacio verde en el centro,
destaca el Teatro Nacional que en realidad son tres: uno alemán, otro húngaro y, por supuesto, el rumano.
Justo enfrente se encuentra la Catedral Metropolitana, un alto edificio en ladrillo decorado con cúpulas y agujas con motivos geométricos que en su interior acoge el Museo de arte religioso con una
bella colección de iconos de madera y cristal. Las escaleras que llevan al pórtico recuerdan cada día, con una pintura roja que se renueva con frecuencia, la masacre que cometieron las tropas de
Ceauçescu contra la multitud tras el alzamiento que se inició aquí en diciembre de 1989 que provocó la caída del dictador. En la fachada de la iglesia están inscritos nombres y retratos de algunos
mártires “desaparecidos” durante el movimiento popular.
En el centro de la plaza, entre las terrazas animadas hasta la madrugada y parterres de flores, se alza una columna que sustenta una reproducción de la Loba Capitolina, con Rómulo y Remo, regalo de
la ciudad de Roma y recuerdo del nombre que lleva el país.
Otro lugar imprescindible en la ciudad es la Plaza de la Unión, una de las más hermosas de toda Rumania, una amplia superficie ajardinada y peatonal rodeada de edificios barrocos con fachadas en
vivos colores y muy decorados. Como en muchas plazas de Europa, preside la zona central una columna de la Trinidad, monumento erigido en 1740 en agradecimiento por haberse salvado de la peste. Otros
edificios recuerdan también aquí la vocación multicultural de Timisoara; apenas unos metros separan la vicaría y la catedral serbio-ortodoxa de la catedral romano-católica y no muy lejos, en una
calle próxima, está la sinagoga.
Camino a Hungría
De camino hacia la zona húngara vale la pena hacer dos paradas, una en la pequeña ciudad de Lipova, a poco más de 30 kilómetros de Timisoara y otra en la aún más pequeña Jimbolia. En la primera
sorprende la arquitectura del bazar de tiempos de la dominación otomana (siglo XVII) con grandes arcadas sustentadas por ocho poderosas pilastras cilíndricas y decorada con platos de cerámica
esmaltada. El tiempo parece haberse detenido en las pequeñas tiendas que ahora ocupan el viejo bazar. Y los precios también, por poco más de medio euro venden las “litronas” de buena cerveza rumana,
que, por cierto, aquí son de dos litros y medio.
El edificio más singular de la ciudad es, naturalmente, religioso. Se trata de la biserica catolicä, imponente iglesia de estilo barroco, con un bello altar de mármol de Carrara. Próximo a ella se
encuentra un monasterio ortodoxo dedicado a la Dormición de la Virgen y construido en varias etapas desde 1338. Como en todas las iglesias ortodoxas son impresionantes sus numerosos iconos de todos
los tamaños y motivos.
La visita a Jimbolia, a solo 5 kilómetros de la frontera con Serbia y núcleo de una zona colonizada por alemanes de Alsacia y el Palatinado, se centra en el museo en la casa natal del poeta Nikolaus
Lenau, no muy conocido en Rumania, pero adorado en Alemania y, sobre todo, Austria, donde es considerado su principal representante lírico. Una de sus obras más conocidas es el Don Juan (1851), en el
que se inspiró el poema sinfónico Don Juan (1888), del compositor alemán Richard Strauss. El museo no es gran cosa y es un poco triste, como probablemente fue en vida el autor –una enciclopedia
define su obra como “belleza romántica sumida en la melancolía y la desesperación”–, aunque posee una curiosa colección etnográfica con grandes muñecos vestidos con trajes regionales.
Liberal e ilustrada Szeged
A apenas 20 kilómetros del vértice de las fronteras de Hungría, Rumania y Serbia, a orillas del río Tisza, ya en territorio húngaro, se encuentra Szeged, cuarta ciudad en importancia del país magiar,
célebre por su espíritu ilustrado y su universidad liberal que se situó a la vanguardia del efímero Levantamiento de 1956 que fue aplastado por las tropas rusas de Nikita Jrushchov.
La ciudad fue destruida en un 95% debido a graves inundaciones en 1879 –la altura a que llegaron las aguas se muestra en distintos lugares– y un nuevo plan urbanístico la dotó de amplias avenidas,
muchas plazas y bellos edificios de diversos estilos. Todavía hoy la gente se refiere a las fechas de antes o después de la gran riada y los nombres de los benefactores internacionales que ayudaron a
su reconstrucción están en el gran anillo que une la dos orillas del Tisza.
La plaza más representativa es Széchenyi tér con estatuas dedicadas a diversos personajes destacados y una gran fuente alegórica al Tisza que trajo a la ciudad tanto el progreso como la destrucción.
Aquí se encuentra el Ayuntamiento con dos cuerpos unidos por un puente, al estilo del de los Suspiros de Venecia. Otra plaza destacada es Dom tér, la mayor de la ciudad, donde está la torre de
Demetrio que data del siglo XII y es el edificio más antiguo de la ciudad y la catedral de estilo neorromántico. La abundancia de mármol blanco, las estatuas de los ángeles, sus dorados y el
grandioso altar dan a su interior una gran magnificencia. Un detalle típicamente húngaro es la estatua de la virgen de Szeged que preside el techo del coro, envuelta en una capa de estilo campesino y
calzada con unas zapatillas bordadas al estilo de la ciudad. El órgano de la catedral, con cinco teclados y 11.000 tubos solo es superado en tamaño por el del Duomo de Milán.
No muy lejos está la iglesia ortodoxa serbia, un edificio de estilo barroco que cuenta con una preciosa colección de iconos y, también próxima, la iglesia Alsóvárosi, la más hermosa de la ciudad. La
preside la “virgen negra”, una reproducción de la estatua de Santa María de Tschenstochau, de mediados del siglo XVIII, que es centro de diversas peregrinaciones y patrona del célebre festival de
Alsóváros.
Szeged puede ser considerada la puerta de entrada hacia la Gran Llanura húngara, uno de los paisajes más singulares de Europa. Considerada como el alma del país –Budapest sería el corazón– y llamada
“puszta” por los húngaros, que significa tierra desnuda, desierto o vacío que era a lo que parecía condenada a mediados del siglo XIX, después de que las invasiones turcas la dejasen asolada y
diezmada. Un cierto espíritu nacionalista ha logrado recuperarla definitivamente. Los diques a lo largo del Tisza que regulan las devastadoras crecidas, han permitido desarrollar los regadíos.
Arrozales, acacias y chopos logran retener la arena y cultivos de cereales, frutas y verduras la han dado nueva vida. Esta es hoy la gran despensa de Hungría, en la que crecen la mayoría de los
cereales y hortalizas, además de la deliciosa fruta húngara, que debe sus cualidades de aroma a una tierra fértil y arenosa y a las numerosas horas de sol de que goza la región. También de aquí
proceden algunas de las especialidades gastronómicas más conocidas de Hungría: la paprika, el gulash, la col rellena...
Toda Hungría en un parque
Cuentan las crónicas que cuando los tribus de magiares llegaron a la Gran Llanura Húngara, sus jefes proclamaron una reunión, durante la cual dividieron el país entre ellos, construyeron el primer
código de leyes vigentes en su patria y proclamaron a Árpád como líder de todos ellos. El hecho sucedió en el año 896 en Ópusztaszer. Mil años después, en 1896, los húngaros lo conmemoraron
construyendo en esta pequeña aldea un monumento gigantesco, alrededor del cual posteriormente creció el gran Ópusztaszer National Heritage Park.
A la izquierda del monumento se encuentra un pabellón redondo, dentro del cual hay quioscos, restaurantes, tiendas y puntos de información turística, pero el atractivo principal es un gigantesco
cuadro panorámico de forma circular de 120 metros de largo con elementos en relieve, realizado por Árpád Feszty y una veintena de artistas. La pintura presenta al jefe de los magiares, Árpád, que
lleva su pueblo a las tierras de la Gran Llanura. (Fuente: Enrique Sancho/Open Comunicación)
Entre las distintas construcciones y elementos del parque de 55 hectáreas, la más interesante es la reconstrucción total de una aldea típica de los siglos XVIII y XIX. Los visitantes pueden conocer
por dentro las casas rurales de los artesanos: alfareros, panaderos, canasteros, herbarios, etc. y presenciar su trabajo. En las tiendas se venden productos elaborados de forma artesanal con métodos
históricos y en el caso de las comidas, las recetas que tienen 200 o 300 años de edad.
También se pueden presenciar demostraciones de hombres vestidos con las ropas tradicionales de los magiares del siglo IX que muestran sus habilidades de montar los caballos, métodos de lucha y tiro
con arco mientras siguen galopeando en el caballo.